habitado por un dios perplejo
sobre el papel blanco
desconozco la sustancia de este resplandor
de esta cifra oscura
y soy la alucinada mariposa
que desliza sus huesos en las pupilas del día
esta es la ley: escribir el poema
y volverse todos y ninguno
me desplomo mansamente
como quien arroja su vida.
el castigo de ser rehén de mí
anda por ahí el turbio rumor de la tristeza
y mi sangre se llena de truenos
nombra
insulta
y reclama
en la noche asombrada y dura
soy
el que no hace pie en el horizonte
y reniega de esta penumbra seca
el que no puede regresar a los días luminosos
el que no se anima a ser lobo ni crisálida
soy
la voz desollada de mis imprecaciones
los brutales besos sin destino
el que se profana en nombre del amor
aquí las ausencias no prescriben
soy esclavo del dolor para siempre.
nada más que beber un pan de granizo
ah Poesía
madre de todas las demencias
desde lejos me arrullas
como la nodriza nocturna
que les da de comer
a sus perros.
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de “palabra matada” ((2014)
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en la sombra en el reflejo mi corazón alucinaba
ovillando recónditas hebras de silencio
dios lubrica las cadenas
para que muramos ahogados por la fe
crecimos a la sombra de un fabulario
esa luz enloquece y mata.
las manos de partir lloran suavemente
en la tarde cuando la madre de madres se cae
suenas todas las venganzas del infierno
porque a dios no le gusta ir adonde no hay nadie
mi querida
nunca fui tu huérfano de pan
mis manos no amarraron trompos ni barriletes
yo era apenas el niño que se arrastraba
en una lancha tambaleante
sobre lágrimas de hielo
yo era ese niño que repetía la leyenda
de un amor a quemarropa
el lujo insaciable
y la promesa de millones de regresos
de pie ante la tempestad
arden pabilos en el corazón de la noche
no contaré que refulges todavía igual que la lujuria
porque es malo nombrarte
es pecado tener en el alma una mariposa rubia
a Eva Perón
Soy alfredo luna. Nací en Catamarca un mediodía de enero, a esa hora cuando el sol en Acuario alza su calentura, y el ascendente en el apasionado Aries. Mi ciudad tiene una sed atávica; en agosto entra un viento ansioso y con su lengua, arrastra alegrías y pesares. Desde ese lugar tan hondo escribo para rescatar esas palabras de greda que me constituyen y respiro: un habla tan española como diaguita y calchaquí.
Hace tiempo vivo en esta ciudad de desarraigos, donde publiqué libros de poemas que son la parte más oculta del corazón y la memoria, para un otro, una otra, que ni siquiera sé quién es, con la clara confianza que encontrarán manos generosas que les den cobijo.
Escribo porque las palabras me asaltan en vigilia y en el sueño: algunas veces aparecen como una tromba imparable e inevitable; me desorientan, y paradójicamente, gozo con esa imprescindible conmoción. Con los días vienen la duda, las inseguridades, la insatisfacción, en la búsqueda de lo que uno siente que es la Belleza.
Escribir es dar cuenta del mundo que crece y se derrumba en lo que vivimos, de ese mundo que generamos al estampar nuestro mundo en un papel; atestiguar lo bello y terrible de vivir. No solamente el acto heroico de entregar un corazón que nadie ha pedido, sino también, una ofrenda de lo bello en nosotros, como cuando intentamos atrapar un rayo de luz, el pan de la esperanza, un fulmíneo guijarro de silencio.